«Más que ganas, tenemos necesidad de abrir»

Los restaurantes de Málaga empiezan a preparar sus terrazas para recuperar la actividad a partir de mañana, cuando la provincia pase a la fase 1 de la desescalada. Suena música de baile, los compañeros hacen bromas mientras limpian las mesas y las sillas y hasta ha salido el sol para demostrar que la climatología también puede ser un estado de ánimo. Pasan unos minutos de la una de la tarde en la esquina de oro del puerto y Miguel Vertedor supervisa los preparativos junto a parte de su equipo. «Estamos desinfectándolo todo y colocando el mobiliario a dos metros uno de otro. Ojalá la gente se vaya animando poco a poco«, comparte el dueño de Small Café antes de rematar: «Llevamos dos meses cerrados y pagando el alquiler y otros gastos. Más que ganas, tenemos necesidad de abrir».

A esta hora, Small Café es el único quiosco situado entre los muelles 1 y 2 el puerto de la capital donde se aprecian las tareas para la reapertura a partir de mañana lunes. Desde entonces, la provincia entrará en la fase 1 del plan de desescalada diseñado por el Gobierno para el regreso paulatino a la actividad económica, social y cultural. Entre otras medidas, en ese estadio los bares y restaurantes pueden abrir sus terrazas con limitaciones como limitar su aforo al 50%, mantener dos metros de distancia entre las mesas y reducir el número de comensales a diez personas por reunión. «Con las limitaciones de las primeras fases va a ser muy complicado que salgan las cuentas, pero ahora lo más importante es ponerse de nuevo en marcha« confiesa Vertedor, cuyo establecimiento lleva sirviendo desayunos, cócteles y aperitivos desde la apertura de Muelle Uno en la primavera de 2012.

Como en Small Café, en el chiringuito La Moraga también andan afanados para abrir sus puertas mañana lunes. Cinco personas no paran quietas en el interior de este local situado en el paseo marítimo de Torremolinos. «Estamos locos por volver, aunque no sea rentable al principio. Si no abrimos, esto no funciona«. Y cuando Miguel Ángel Muñoz dice »esto« hace un gesto con el brazo que abarca todo cuanto le rodea: la playa, los hoteles y apartamentos, los vecinos que poco después de las once de la mañana se han animado a pasear o hacer deporte entre Playamar y Los Álamos, donde los chiringuitos que se preparar para reabrir todavía son minoría. »Ya tenía la carta digitalizada y ahora estamos viendo cómo organizamos los servicios«, detalla el propietario de La Moraga sobre otras de las normas del Ministerio de Sanidad.

En La Moraga llevan atareados desde primera hora de la mañana. Lo mismo sucede a unos metros de distancia, en Los Manueles, donde Eduardo Sánchez hace pruebas con la nueva distribución de las hamacas manteniendo la distancia requerida por las autoridades sanitarias. Con esa disposición, el señero establecimiento regentado por Manuel Villafaina se quedará con medio centenar de puestos para disfrutar de la primera línea de playa, la mitad de los que tenía antes de la llegada del coronavirus.

«Llevamos aquí desde 1968 y esta es la crisis más grave que hemos vivido, pero saldremos adelante, hay que tener fuerza«, ofrece Villafaina, también presidente de la Asociación de Empresarios de Playas de la Costa del Sol. «La cadena se tiene que empezar a mover. Este va a ser un año muy complicado –prosigue Villafaina–, pero lo importante es que empiece a venir gente, si los turistas tienen que guardar cuarentena, pues que llegue cuanto antes el turismo residencial, que pasan aquí varios meses en sus casas y que además están deseando venir».

Esperando a los clientes
Al turismo nacional se encomiendan también desde la terraza de Gorki en Muelle Uno, donde ya están las mesas y las sillas dispuestas a la distancia que marca el ministerio. «Esperamos abrir el miércoles, cuando ya tengamos aquí los dispensadores de gel hidroalcohólico y el resto de lo necesario para cumplir con todas las normas», avanza el propietario del establecimiento, Luis Higuera.

«Después de dos meses cerrados, estamos deseando abrir. A ver cómo responde la gente», añade Higuera, para quien la cuarentena exigida a los turistas le parece una medida «criminal para el sector». Además, el empresario coincide con otros compañeros de gremio en una queja: en la práctica, la reducción de las terrazas al 50% del aforo es mejor de ese porcentaje, ya que a la distancia entre mesas hay que añadir los corredores necesarios para el tránsito de los clientes.

Pruebas y mediciones en las terrazas que también asoman tímidas en el centro histórico, todavía muy lejos de la animación de un fin de semana a la hora del almuerzo. Apenas el trasiego de clientes que se llevan a casa su comida desde la cocina de Uvedoble, las marcas en el suelo rodeando el mobiliario del bar Vualá en la Plaza de las Flores y una conversación al vuelo en la calle Sánchez Pastor. «¡Hay que tener fe!», grita uno bajo la persiana. Y el otro, calle arriba en busca de algún recado: «¡Fe y fuerza! ¡No queda otra!». Y vuelve a salir el sol. El estado de ánimo.

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