HOMENAJE AL CHIRINGUITO

De nuevo he recalado en la Costa del Sol y un cúmulo de emociones me invade. Disfrutar del sol, del mar, y de su gastronomía a pie de playa, me ha producido siempre una euforia inigualable. Euforia que últimamente es agridulce porque nos llega el malestar creado con el acoso que desde la administración sufre el sector del chiringuito. Es sorprendente que instalaciones de tal singularidad, referente de la idiosincrasia turística del litoral, haya sido la diana de un ataque de acoso y derribo, por la aplicación estricta y caprichosa de una legislación arcaica. Ante esta guerra errática e injusta, incoada por unos dirigentes públicos de dudosa sensibilidad cultural, siento la necesidad de rebelarme contra ella aportando con esta semblanza mi apoyo, mi admiración y mi solidaridad al sector.

En 1913 se abrió un bar en la playa de Sitges, que varias décadas después, en 1949, fue bautizado por César González Ruano, que escribía allí sus artículos, con el nombre de “chiringuito”. Se constituyó así el primer chiringuito de España. Desde entonces se han generalizado, se han modernizado y se han erigido en una institución turística sui generis, “made in spain”. Si antes se instalaban desordenadamente invadiendo zonas céntricas de las playas, adolecían de estética y carecían de los servicios sanitarios más básicos, ahora se ubican pegados al paseo marítimo, sin invasión significativa de la arena, mostrando una estética en general notable y dotados de condiciones higiénico – sanitarias adecuadas. Los chiringuitos constituyen un elemento de identidad cultural de nuestra costa. La esencia de la cultura gastronómica de la playa. Forman parte de la gastronomía popular y de de vida gozosa frente al mar. Son una referencia simbólica del turismo costero, admirado dentro y fuera de España.

Pasear por sitios como la Carihuela en Torremolinos o por el Paseo Marítimo de Fuengirola, y degustar los típicos platos de sus chiringuitos, llámese casa Juan o Rancho Playa, dejan una sensación de bienestar y felicidad difícil de olvidar. Hasta en Miami Beach ha echado uno en falta su presencia. Y es que disfrutar de estos centros gastronómicos a pie de playa, tomar un refresco, o hacer una comida, sin tener que atravesar calles o avenidas, bajo el sofoco de tórridas temperaturas veraniegas, no tiene precio. No hay que olvidar, además, que son empresas generadoras de empleo y que forman parte del sector turístico cuya actividad constituye la mayor fuente de ingresos de España.
Este acoso de la administración, tras un siglo de su existencia, resulta insólito y extravagante. Denota además de una tontería, una gran torpeza, fruto no sabemos si de un afán de protagonismo estelar, de un dogmatismo cerril, o simplemente de una frivolidad.

Nadie debe estar exento de cumplir la ley y estamos de acuerdo en que deben reciclarse horteradas agresivas del paisaje o instalaciones cutres e insalubres. Pero en este conflicto sobra buena dosis de ofuscamiento y talibanismo. El tema debe reglamentarse con talento y flexibilidad. Da la sensación que, en ocasiones, algunos dirigentes públicos con tal de justificar su sueldo, se lanzan al vacio olvidando el paracaídas de la sensatez. Y en lugar de dirigir su esfuerzo a defender, apoyar y consolidar nuestros elementos de identidad cultural, se instalan en una atalaya bélica lanzando bombas incendiarias.

Urge el cambio de la Ley de Costas para finiquitar de una vez la indeterminación jurídica que afecta a estas instalaciones y para preservar, así mismo, los intereses de todos los ciudadanos

JOSE ANTONIO PRIETO SOLÍS

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